Fans, ese gran desconocido. Nunca he entendido muy bien que puede llevar a una persona perfectamente cabal (o eso quiero creer) a estar para ingresar en un psiquiátrico ipso facto en apenas unos segundos ante la visión, o la simple posibilidad de visión, de una determinado personaje, o grupo musical. Supongo que es algo que escapa al pensamiento racional, y por eso no llego a entenderlo.
El caso es que puede que sea una etapa de la vida que todo el mundo pasa, sobre todo entre el género femenino, pero que una vez visto en perspectiva, mucha gente desearía no haber caído en la histeria más descabellada por el simple hecho de ver al grupo prefabricado de moda. También mucha de esa gente puede deshacerse de ese “pasado oscuro” sin mucho problema, simplemente con descolgar los posters de la pared de su habitación, y junto con las camisetas del grupo en cuestión, hacer una pira purificadora que borre sus pecados de juventud. Pero hay gente que no puede.
Dos ejemplos de esto último. En el primero, bajo el tamiz de Alguna pregunta mes, y presentado por Iker Jiménez, veremos el arquetipo clásico de fan histérica. Como digo, lo malo no es ser una fan histérica, si no que te lo recuerden cada dos por tres en la tele, y encima en plan de cachondeo...
El segundo ejemplo es también de libro. En una actuación de Santa Justa Klan (sí, sí, los chavalines de los Serrano, cuando aún no se afeitaban), Teté -no sé como se llama en realidad, ni ganas de saberlo- consigue, sin querer, activar el circuito de insultos de una fan histérica. Atentos a que, si la chiquilla deja de tocar al maromo de turno, ese mismo circuito se “desactiva” de manera automática, y vuelve a cantar al son de la música. Vivir para ver... y oír
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